Se conservan diversas versiones de la leyenda, conforme a la cual Deolinda Correa o Dalinda Antonia
Correa, según el nombre con el cual aparece mencionada en el relato más antiguo (Chertudi y
Newbery, 1978), fue una mujer cuyo marido, Clemente Bustos, fue reclutado forzosamente hacia
1840, durante las guerras civiles. Vivían en el departamento de Angaco (provincia de San Juan) junto
a la familia. La soldadesca montonera que viajaba a La Rioja obligó al marido de Deolinda, contra su
voluntad, a unirse a las montoneras. Esto hizo que Deolinda, angustiada por su marido y a la vez
huyendo de los acosos del comisario del pueblo, decidiera ir tras él.
Deseosa de reunirse con su marido en La Rioja tomó a su hijo lactante y siguió las huellas de la tropa
por los desiertos de la provincia de San Juan, llevando consigo sólo algunas provisiones de pan,
charqui y dos chifles de agua. Cuando se le terminó el agua de los chifles Deolinda estrechó a su
pequeño hijo junto a su pecho, y se cobijó debajo de la sombra de un algarrobo. Allí murió a causa de
la sed, el hambre y el agotamiento.
Cuando unos arrieros pasaron por el lugar al día siguiente y encontraron el cadáver de Deolinda, su
hijito seguía vivo amamantándose de sus pechos, de los cuales aún fluía leche. Los arrieros la
enterraron en el paraje conocido hoy como Vallecito y se llevaron consigo al niño.
Al conocerse la historia, muchos paisanos de la zona comenzaron a peregrinar a su tumba,
construyéndose con el tiempo un oratorio que paulatinamente se convirtió en un santuario. La primera
capilla de adobe en el lugar fue construida por un tal Zeballos, arriero que en viaje a Chile sufrió la
dispersión de su ganado. Tras encomendarse a Correa, pudo reunir de nuevo a todos los animales.
Hoy en día mucha gente deja en el santuario de la difunta botellas con agua, para que "nunca le falte
agua a la Difunta".
La Difunta Correa es considerada una santa popular, debido a que la gran mayoría de sus devotos se
identifican como católicos. Es por esto, que en enero de 2020, durante las Jornadas Mundiales de la
Juventud en Panamá, miembros de la Fundación Vallecito encargada en promover el culto a la
Difunta Correa, entregó en manos del Papa argentino Francisco, una carta solicitando la apertura de
un proceso de beatificación que estudie los milagros obrados a través de la devoción a la Difunta y su
humilde vida como cristiana.1 No obstante, en practica, la devoción hacia la Difunta Correa es más
similar a la de una deidad que a la de una santa.
Los devotos consideran que hace milagros e intercede por los vivos. La supervivencia de su hijo,
afirman sus devotos, sería el primer milagro de los que a partir de entonces se le atribuirían. A partir
de la década de 1940, su santuario en Vallecito (provincia de San Juan), al principio apenas una cruz
situada en lo alto de un cerro, se convirtió en un pequeño pueblo en el que existen varias capillas (17
en 2005), repletas de ofrendas.
Las capillas han sido donadas por diversos devotos, cuyos nombres figuran en placas sobre las
puertas de entrada. Una de ellas contendría los restos de Deolinda Correa. En esta capilla existe una
gran escultura de la muerta con su hijo, recostada, de cara al cielo y con el niño en uno de sus
pechos.
Los arrieros primero, y posteriormente los camioneros, son considerados los máximos difusores de la
devoción hacia la Difunta Correa. Serían los responsables de haber levantado pequeños altares en
diversas rutas del país. Los altares presentan imágenes de la escultura de la muerta, en los cuales se
dejan botellas de agua, con la creencia de que podrán calmar la sed de la muerta.
(Tomado de la web y adaptado)